Pentalogía de Colombia, en Puerto Rico

Reseña aparecida en la versión impresa de El nuevo día, diario de Puerto Rico
Trent Parke
Trent Parke-Magnum-Australia

El primer tomo de la pentalogía con la que el autor explora la violencia que lleva viviendo Colombia por décadas nos toma por sorpresa. Los capítulos, de extensión dispareja pero invariablemente corta, funcionan como poemas en prosa con los que se van zurciendo distintas historias que protagonizan unos seres verdaderamente horribles.
Una madre que encierra a su hijo retardado en una habitación sin luz, un bandolero que tantea entre el narcotráfico y las escuadras de la muerte, un padre violador y un hijo enfermo: estas metáforas aterradoras, al igual que los panales de cuerpos despedazados que ruedan hacia los ríos, conforman los paralelos del sumidero humano que hemos dado en llamar “historia de América Latina”.
La novela (galardonada con el premio Sergio Galindo, de la Universidad Veracruzana) seduce al lector, presentándose primeramente como un catálogo de atrocidades; pronto descubrimos que se trata de una melodía pensadísima y triste. Los guiños literarios e históricos sobrepasan el mero juego, y se revelan como comentarios elegantes y necesarios en torno a nuestro continente.
La intensidad de la violencia de las páginas no amaina nunca. El lector ruega por que se trate de caricaturas, de exageraciones sin vínculo con el mundo real; el rezo, como sabe cualquier conocedor de la historia colombiana, parecería rebotar con la bóveda celeste y caer sobre nosotros como piedras. Llega un punto en que la visceralidad del texto causa estragos en la paciencia del lector; si no fuera porque Ferreira es un narrador diestro y porque básicamente cada oración de la novela mantiene una belleza inteligente que recuerda lo mejor de Martin McDonagh y Fernando Vallejo, la lectura se haría inaccesible. Pero esta misma ausencia de esperanza y luz, como las danzas de la muerte y las mejores prédicas del Barroco, implican un
camino al otro lado del cinismo y el desaliento, que recorremos de la mano de un artista.

Alejandro Carpio