Viaje al interior de una gota de sangre publicada en Cuba

Por Beatriz Rosales Vicente, Radio Ángulo, Cuba*
Daniel Ferreira

 "Viaje al interior de una gota de sangre", del colombiano Daniel Ferreira, fue uno de los libros presentados en la provincia cubana de Holguín durante la XXI Feria Internacional del Libro. Esta es una novela que explora un motivo recurrente en la literatura colombiana: la violencia en su ciclo infinito, y que además mereció el Premio Alba Narrativa 2011. Uno de sus valores es cómo los personajes se ven condicionados en un vórtice de agresiones reiteradas, y cómo el autor logra establecer un suspenso constante en la trama. Acerca de este libro, su autor ofreció detalles a Radio Ángulo Digital.

¿En cuánta medida la violencia, como fenómeno social de gran magnitud, te provoca como escritor?

Daniel Ferreira: “Yo nací en una sociedad que ya estaba, digamos, en este estado de descomposición del tejido social. Nací en un pueblo marcado por la violencia guerrillera y paramilitar de los años 80. Uno empieza a escribir y con los años encuentra un patrón común. Cuando me di cuenta mi primera novela era una exploración sobre esa época, y bueno, después de un proceso, de irle devastando errores a una pieza narrativa, terminó el argumento centrado en ese tiempo y en ese paisaje. Además, la violencia colombiana tiene una particularidad: hoy tenemos el conflicto armado más largo del continente y los picos de violencia a lo largo del siglo XX están unidos como por un hilo conductor. Un conflicto ha engendrado al otro, lo ha complejizado y ha hecho nacer una barbarie aún más escabrosa que la anterior”.

¿Cómo describirías esta novela?

D. F: “Es una exploración de una matanza desde la ficción, por supuesto; el primer capítulo está escrito en clave de crónica: se relata paso por paso cómo un grupo armado llega a un pueblo en el momento en que están haciendo una fiesta popular, reúnen a la gente en la plaza, pasan una lista y van seleccionando a personas, y luego pasan, digamos, al martirologio: asesinarlas frente al público. Sigue los patrones de incursiones que sí ocurrieron en la época. Quizás podría decir que está anclada a una plataforma histórica, pero lo que se está es aplicando procedimientos que uno reelabora estéticamente. Al empezar a escribir yo había confundido un poco la memoria familiar -que hubiera podido ser lo testimonial- con la ficción que es esta crónica metafísica sobre una matanza. Al quedarme con la ficción creo que hice una buena elección”.

¿Cuáles son las posibilidades que te da la ficción, en este caso, para expresarte?

D. F: “La ficción lo que permite es la ruptura de las temporalidades, abordar la subjetividad de un personaje. No puedes saber qué piensa una persona en el momento en que la van a matar. La literatura puede ir hasta allá, puede abordar por un instante cuáles son las ilusiones, qué es lo que contiene toda una vida que va a ser segada. Eso es algo que el periodismo no puede hacer, porque no lo puede inventar. Las palabras, la literatura, la metáfora, el hecho de orquestar y hacer estético un hecho de violencia, le permiten a usted acceder a otra dimensión de pensamiento”.

¿Qué mencionarías entre lo más complicado de esta novela?

D. F: “Hay personajes con doble conflicto, no sólo son asesinados. Hay, por ejemplo, un profesor de escuela que no sólo está viviendo el último día de su vida, sino que tiene un problema de inconformidad con su cuerpo; tiene un vacío en la memoria familiar que es lo que ha estado tratando de recuperar. Para todo esto hay que mezclar muchos argumentos desde pequeñas estructuras, y fue precisamente lo más complicado de esta novela”.

Satisfacciones…

D. F: “La satisfacción es verla publicada por fin, sentir que se me acercan personas y me comentan algún aspecto sobre un personaje, y la satisfacción de que me digan que llegaron hasta la última página. Fue uno de los primeros textos de más largo aliento que yo empecé a escribir. Era un manuscrito bastante extenso, con muchas más historias entretejidas que, en los procesos de eliminar borradores, se fueron depurando. “Me ha marcado, seguramente, aunque sea por el trabajo que costó escribirla. Hoy estoy satisfecho con el texto. Al abrirlo, sin embargo, vi par de palabras que hubiera podido tener la precaución de haber cambiado, pero creo que todos los escritores pasamos por eso”.

Y este “Viaje…” te llevó al Premio Alba Narrativa

D. F: “El premio me permite pasar las fronteras de lo meramente local, que tenga la posibilidad de circular en otros lugares, con otras costumbres, con otra forma de ver la vida, y es una oportunidad de foguearse también como escritor. Por lo menos en mi país un autor joven, con una primera o segunda novela, no tiene más de 1 000 ejemplares cuando es editado. Y mil ejemplares para un país de 44 millones de habitantes no llegan a donde uno quisiera, pese a que uno trate de ponerla a circular [la novela]entre lectores probados. Para mí es sorprendente que la novela tenga un eco internacional”.

Pentalogía de Colombia en Cuba

Por Isbel Gonzales*
Daniel Ferreira

América Latina, la región del planeta de mayores diferencias sociales, cuna de infinidad de dictaduras, golpes de estado, gobernantes caudillistas, corruptos y sicarios, centro además del narcotráfico mundial y eterno traspatio de oscuros intereses norteamericanos y de otros países del primer mundo, ha devenido, por estas y otras muchas causas en una de las regiones más violentas del planeta y nuestra literatura, por supuesto, no ha podido librarse de este estigma y ha reflejado en muchas de sus grandes obras las disímiles caras de esta violencia, tanto física como sicológica.

La estética de la violencia

El guatemalteco Augusto Monterroso nos dice en su ensayo Novelas sobre dictadores 1 que, y sito: Entre las muchas cosas que Hispanoamérica (y aquí supongo que quiso decir Latinoamérica) no ha inventado se encuentran los dictadores; ni siquiera los pintorescos y mucho menos los sanguinarios. […] y en Europa, […] hace algunos años comenzaron a pensar qué divertido, cómo Hispanoamérica (o Latinoamérica) puede dar esos tipos tan extraños. Y es cierto, Latinoamérica no ha descubierto las dictaduras, mucho menos la violencia, pero es innegable que, como quizás en ningún otro sitio del planeta, las dictaduras y la violencia en general han copado muchas de sus grandes obras, han alcanzado grandes valores estéticos, pudiéndose hablar, quizás, de una “estética de la violencia”, violencia que por demás ha sido en ocasiones prácticamente el personaje protagónico de muchos de estos textos. Ejemplos memorables Muchos de los autores del llamado “boom” latinoamericano han abordado, con gran acierto, la violencia y sus disímiles aristas; no solo la violencia institucional, como en el caso de las grandes novelas sobre dictadores, sino además la violencia más “doméstica”, por llamarle de algún modo. Basten mencionar, por ejemplo, el extenso relatoCrónica de una muerte anunciada, del colombiano Gabriel García Márquez, o la novela La ciudad y los perros, del peruano Mario Vargas Llosa e incluso el relato Los cachorros, del mismo autor, donde la violencia es más contenida, más bien sicológica. Pero esta violencia, que se universaliza a partir del mencionado “boom” es un fenómeno literario muy anterior a este, si bien es cierto que con un carácter menos urbano, o sea, más rural, con autores precedentes y que solo fueron lanzados al panorama literario mundial gracias al referido fenómeno. Entre ellos se encuentran Juan Rulfo(recordemos su famoso relato Diles que no me maten, o la novela Pedro Páramo), Julio Cortázar (el más citadino de estos autores, no ha de olvidarse que residió muchos años en París), Alejo Carpentier, Octavio Paz, Juan Carlos Onetti o Jorge Luis Borges (con sus historias sobre payadores). No solo la literatura, por supuesto, ha estado permeada por esta violencia, sino también el resto de las manifestaciones artísticas. Baste citar, entre la infinidad de ejemplos, la conocida y multipremiada película brasileña Ciudad de Dios; aunque cierto es, como afirman muchos críticos, y a pesar de sus muchos reconocimientos, que esta se regodea en la mera violencia, sin ir más allá de lo epidérmico, sin ahondar en sus raíces.

Una novela de y desde la violencia

"Dos hombres irrumpieron en la habitación de la anciana. ¿Dónde está la plata, vieja hijueputa? Cuchillo y navaja, y puño cerrado." Así comienza La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira. Entonces uno tiene dos opciones; Uno: decirse, bueno, solo otra historia de la violencia gratuita y cerrar el libro o, Dos: continuar leyendo y descubrir una excelente novela de y desde la violencia. Y digo “desde” porque La balada… es una novela construida completamente mediante el descomedimiento y la intemperancia. Hay dos modos de revelar la violencia, desde el distanciamiento e, incluso, el humor (como el memorable ejemplo del filme italiano La vida es bella, de Roberto Benigni) o desde la tragedia y la violencia misma y esta alternativa es la que nos ofrece Daniel en esta, su primera novela. Este, considero, es uno de los principales aciertos del libro, el de transmitir al lector ese estado de ánimo de zozobra y temor que poseen sus personajes, el de hacernos partícipes de ese ambiente sórdido y equívoco, de llegar a sentir, incluso, ese olor pútrido de la muerte. Y en este modo de mostrarnos los escenarios de la historia, de hacernos partícipes de ella a través de todos los sentidos y, sobre todo, de lo olfatorio y lo visual, el autor tiende puentes, tal vez de modo inconsciente, hacia otros autores que le preceden, incluyendo a García Márquez, su coterráneo. Y es que ese ambiente sofocante y de modorra del trópico o ese olor fétido de los pantanos del Gabo están también presentes en La balada…, pero desde una óptica más implacable.

Sinfonía para nada baladí

Esta novela hecha a retazos, aparentemente dispersa, es según palabras de su propio autor, un intento de captar la dispersión de su propio país, y yo diría que, más bien, la dispersión de Latinoamérica en general, de esta región del mundo hecha también de retazos, retazos de etnias, culturas, razas, geografías. Retazos que van colindando, se van superponiendo, solapando, interactuando o confrontando para conformar lo que ha dado en llamarse la identidad latinoamericana. De igual modo, las historias aparentemente disímiles de La balada… van engranándose poco a poco para revelarnos, finalmente, que la violencia es solo la epidermis de un fenómeno social mucho más profundo, y que sus semillas están bien escondidas dentro de cada uno de sus personajes y, por qué no, de nosotros, listas ha germinar si la sociedad y los sistemas que nos rigen las abonan.

Isbel Gonzáles* Escritor y astrónomo aficionado. Fue galardonado con premio Semana Negra de Gijón, España.