LA BALADA DE LOS BANDOLEROS BALADÍES, por Adriana Marcelo

La balada de los bandoleros baladíes ha sido reeditada por Editorial Arte y Literatura. La presentación de la edición cubana en la Feria del Libro de La Habana 2015 a cargo de la editora Adriana Marcelo

LA BALADA DE LOS BANDOLEROS BALADÍES, O CÓMO ROMPER EL MOLDE

Muchos de los narradores de hoy han creado con su escritura una suerte de círculo vicioso del que resulta difícil salirse. Por difícil no son muchos los que lo intentan, y quedan atrapados cómodamente en un terrible lugar común, lleno de personajes repetidos una y otra vez, de situaciones estereotipadas, de temas tratados todos de la misma manera infértil; crean una literatura ausente de individualidad que como resultado funciona como caricatura deforme, como un muñeco hecho con gastados rellenos, cosido de manera tan obvia que repele al lector.

En este panorama donde casi todo resulta una burla de sí mismo aparece un escritor que logra empujar por las escaleras al guiñapo de muñones y costuras en su silla de ruedas. Daniel Ferreira se autoexilia, alejándose del lugar común donde muchos se presentan arrastrándose. Surgen entonces algunas interrogantes: ¿qué es lo verdaderamente diferente en Ferreira? ¿cómo logra saltar el cerco para burlar los fantasmas de los estereotipos y de las etiquetas? La diferencia radica, a mi entender, en la manera en la que se cuenta, en el tono, en el posicionamiento. Daniel Ferreira escribe desde un oscuro lugar que pareciera por momentos ser el desencanto. No hay un su poética intención moralizante, no pretende documentar. Escribe a veces como forma de venganza, arremete contra todos, porque no puede ser de otra manera. La escritura pareciera convertirse también en exorcismo, en tabla de salvación, en auxilio vital.

Dicha forma de posicionarse es lo que provoca que este autor marque una diferencia; da lo mismo entonces si en sus novelas habitan traficantes, asesinos, prostitutas, policías, porque no serán personajes mutilados o mutilantes. Y es que, lo que marca la diferencia es saber alejarse del modo de hacer tradicional en el que existe la tendencia de crear personajes colectivos, pues uno representa a todos. Ferreira sabe cómo individualizar sus protagonistas y darles voz. La madre que decide matar al hijo idiota, el policía obsesionado con el destino que le deparan las cartas de una baraja, un hijo deforme que acaba con su familia, son algunos de los que aparecen en La balada de los bandoleros baladíes. No hay buenos o malos; sino personajes humanos, a veces, es cierto, repulsivamente humanos, que matan, y sobreviven, creando así, lo que el propio autor ha considerado que debe crear la literatura: “un mapa del país en el que ha nacido”, y a través de estos personajes, se intenta encontrar caminos posibles. La  novela recrea un medio pervertido por una violencia “cada vez más cruda y desconcertante” favorecida por la guerra, las droga, pero no confunda el lector esta novela con algún bodrio hollywoodense, la narrativa de Ferreira a pesar de que no justifica el uso de la violencia, tampoco la juzga, ni se regodea en ella. Retrata una sociedad en la que la violencia se recicla, en la que las víctimas terminan por convertirse en victimarios. Pero la violencia recreada por Ferreira no es solo física, no es únicamente la de “ojos cosidos, o la de cera caliente en los oídos, o uñas arrancadas a la madre, o el martirio de un hombre clavado por la clavícula”… no, es también la soledad total de una madre, es la indiferencia de la hija, es el rechazo sufrido por el enfermo. Ferreira explota también la violencia cotidiana, esa que es menos espectacular, pero igual de terrible, la que sufren e infligen personas aparentemente normales.

Con un estilo llano y muchas veces deliciosamente socarrón, donde las cosas se dicen sin medir consecuencias, sin interesarse en el peligroso término de lo “políticamente correcto”, Ferreira nos introduce a un mundo de horror y desencanto. Un mundo de pérdidas de ilusión y aspiraciones, un mundo en el que los personajes hacen de todo en intentos, muchas veces trágicos, por salvarse. No se intuye en su narrativa molestos intentos moralizantes, lo que el lector inteligente agradecerá de seguro, pues cómo mantener una actitud esperanzadora e idealista en medio de la barbarie, cómo no regodearse en el desencanto cuando todo conspira para eso. Cómo conservar algún indicio de ilusión en un lugar donde se respira violencia. Refiriéndose a la narrativa de Ferreira, Juan Cruz Ruiz dice, “asistimos a hechos, en general atroces y en ocasiones delicadamente celebratorios de la vida y la belleza del mundo, pero sin la mediación de un narrador o testigo que juzgue, las cosas son como son, no hay más que el destino, se asume, se sufre, a veces se disfruta pero no se juzga”.

La técnica de Daniel Ferreira en esta novela es la mesura: oraciones cortas, sencillas y demoledoras van dando corpus a la historia. No hay una palabra de más. El autor no se detiene para crear efecto alguno, pues su ausencia resulta más convincente y demoledora cual tajazo de machete que divide el lector de lado a lado. Lo esencial no es la espectacularidad de la violencia, lo esencial es lo que ella esconde. Así pues con este estilo llano lo contado es solo la punta del iceberg, la violencia es lo que se muestra, ocultando algo mucho más peligroso: el horror, lo diferente no es lo que se narra, es lo que se intuye detrás de las historias contadas. La novela se nos presenta fragmentada, triturada, donde cada parte resulta ser la voz de un personaje que cuenta su historia terrible de vida, donde cada trozo parece convertirse en suerte de aullidos lanzados por los que hablan, por aquellos que relatan su historia.
 La balada de los bandoleros baladíes retrata un mundo cruel, terrible y enfermo, pero real, en el que todos corremos el riesgo fatal, cual equilibristas de circo de caer y convertirnos así en posibles criminales.

Adriana Marcelo, filóloga y editora