Tinta insumisa: entrevista con Daniel Ferreira

Por Claudia Patricia Mantilla D. | Periódico 15, Unab
cmantilla9@unab.edu.co


En diálogo con el Periódico 15, el escritor santandereano Daniel Ferreira habló sobre cómo inició su trabajo en la escritura y el proceso de creación de su novela “Rebelión de los oficios inútiles”, la cual le ha permitido darse a conocer. Ferreira, quien además es bloguero, también es autor de libros como “La balada de los bandoleros baladíes” (Premio Latinoamericano de novela Sergio Galindo 2010) y “Viaje al interior de una gota de sangre” (Premio Latinoamericano de novela Alba Narrativa 2011).

Según la organización de la Feria del Libro de Bucaramanga, Daniel Ferreira es uno de los invitados especiales a Ulibro 2016 que se realizará del 22 al 27 de agosto.

Esta historia comienza y parece de nunca acabar, porque cuando uno lee “Rebelión de los oficios inútiles” queda ese regusto amargo de una historia que se ha repetido en Colombia.

¿Cómo inició la escritura de esta novela?

Nació en San Vicente de Chucurí con un par de historias que me contaron acerca de un movimiento social de una toma de tierras que hubo a finales de 1969 y comienzos de 1970. El libro en realidad es muy sencillo. Cuenta la misma historia desde tres puntos de vista: el de la líder del movimiento, un periodista que es un poco el testigo y un terrateniente niente pero, para que aparecieran esos personajes pasaron años. Tuve que ir al Archivo de Historia de la UIS donde accedí al periódico El Trópico que había dirigido un periodista de San Vicente, y así me enteré de la toma de tierras.

El primer personaje que elaboro es Ana Larrota pero, digo, esto es una historia más grande y hay más personajes. Aparece entonces el periodista Joaquín Borja que es una elaboración imaginaria de lo que hubiera podido ser un preboste de un periódico de la época. Y, por último el terrateniente que nació a partir de una investigación que había hecho sobre la toma de tierras de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc), hacia los años 70. El episodio en sí era muy local pero al empezar a imaginarme la época tuve que ir a ver cómo había ocurrido y en qué contexto, y me di cuenta que esto había pasado en todo el país: en Cauca, en San Onofre –Sucre-, en Bogotá, en Santander, no sólo en San Vicente, también en Bucaramanga.

¿Cuánto duró la investigación?

La lectura del periódico El Trópico la realicé en 2005. Pero, empecé a escribir la novela en 2007. Entre esas fechas leí Alternativa. Esa revista fue una maravilla porque era tener acceso a una cantidad de episodios de los cuales no tenía noticia.

¿Cuáles fueron los desafíos en la construcción de los personajes?, ¿en qué momento sintió que sus voces tenían vida propia?

En realidad el personaje complicado fue Ana. Tenía que eliminarle la voz porque no la encontraba, a pesar de que hacía borradores no hallaba su carácter.

Entonces decidí tomar diversos momentos de su vida, examinar su infancia, su vida provecta, el juicio marcial donde la condenan y el martirio en la mazmorra. Al simplificar todo me di cuenta que así tenía la vida completa y no necesitaba más. ¿Para qué arriesgar la voz si no me salía?, ¿para qué forzarla y hacerla inverosímil? También imaginé que Ana, de niña, iba a un leprocomio y allí entraba en contacto directo y visceral con la segregación, y eso explicaba la decisión que tomaría años después.

El terrateniente, por su parte, es una exploración de los modos de fracasar no solo de los poderosos sino de la vida en general cuando la gente ha perdido las ilusiones o ha dedicado sus ideas y su fuerza vital a hacer dinero, o a fantasías como esas. Paradójicamente se puede fracasar triunfando. Y este es un personaje que fracasa teniéndolo todo, y se ha quedado en la neurosis de sus fracasos, sobretodo de los amorosos que son los que lo frustran más, y cierta pérdida de virilidad por el alcoholismo pero, el personaje en sí quiere evadirse de la realidad, por eso está todo el tiempo borracho y, la realidad es que se están tomando sus territorios que están prácticamente embargados.


En el conversatorio en el que usted participó junto al venezolano Alberto Barrera Tyszka, dijo que deliberadamente quería hacer una novela política. Sus dos anteriores novelas también viajan en esa línea y, según entiendo se propone escribir dos más para completar una pentalogía de Colombia. ¿Tantas deudas tiene la literatura colombiana con un país político que al parecer aún no ha sido narrado?

La pregunta tiene muchas capas. Yo quería hacer una novela política porque me interesaba la fecha como punto de quiebre en la política colombiana y en la historia social que era 1970. La novela no es histórica, ocurre en un contexto histórico designado, pero es solo un territorio alusivo. En realidad es un drama aislado que ocurre en una provincia que no se sabe cuál es, podría ser Santander por el léxico pero, no tiene esas coordenadas. Además, si me planteaba una pentalogía que iba a atravesar el siglo XX en Colombia y los episodios de confrontación social, tenía que tocar los momentos de ruptura que son difíciles de identificar porque no solo en uno descansa toda la convulsión que atravesó al país. Me interesó ese episodio local porque lo conocía de primera mano y porque al ver el contexto me di cuenta que tenía que ubicarlo en un movimiento bien registrado que fue el robo de las elecciones de Misael Pastrana Borrero donde nacen las guerrillas de los 70 y donde se transforma todo el proceso de izquierda de este país, y donde el movimiento social es perseguido como si fuera un movimiento armado y es aplastado, y ahí están las consecuencias de todo lo que pasó. Me atraía el momento político pero, la novela no es histórica y espero que tampoco panfletaria.

Resulta admirable su capacidad narrativa al momento de presentar puntos de vista, entretejer historias y formar contrapuntos.
¿Cómo no perder de vista la lógica interna del relato?

He querido explorar en cada libro un estilo distinto, donde se altera el tiempo, la retórica, donde los puntos de vista son maleables,donde se crean novelas corales, me interesa capturar las voces, los léxicos que son básicamente de Santander, de los pueblos que he oído y donde hay palabras hermosas como Caripoaña, que era el nombre del río Magdalena y que significa el río de los muertos. Para no perder el control narrativo en esta novela me enfoqué en las líneas de vida de cada personaje y, después de tenerlas observaba el tiempo cronológico en que ocurre la historia y qué iba a suceder primero, y así alternaba las voces.

Cuando habla de nivel léxico, ¿tiene que ver con despojar al lenguaje de lo politizado para que prevalezca la belleza literaria?

Sí. A mí me interesaba una novela en un contexto político pero no una novela política. Hacer un lenguaje que no estuviera cargado de adjetivos políticos ni de coordenadas de la época. El partido político que agrupaba a todos esos sectores y que pierde las elecciones no es mencionado en el libro. Era una manera de distanciar el lenguaje literario de lo que podría convertirse fácilmente en un panfleto.
Promocional, conferencia en Fundación Carteros de la Noche, Quimbaya, Quindío

"Ulibro confirmó la presencia de Ferreira este año en la Feria del Libro de Bucaramanga que se realizará del 22 al 27 de
agosto en la Unab. "

Cómo no preguntar por la fotografía de portada de la novela...

En la edición colombiana son dos fotos ensambladas. La hizo Andrés Espinosa. Está compuesta por una foto original de archivo que es la toma de la Hacienda El León en San Vicente de Chucurí donde se muestran unos campesinos con machete en la mano y, un primer plano de un entierro que es una foto familiar de mi álbum donde está mi abuela y algunos vecinos, fue tomada en El Hato –Santander-. Esto es un cajón de muerto pero, el diseñador además tachó las caras con una especie de rayas que se hacen con navaja, o con uña, de manera que uno no puede identificar, y le da subjetividad a la foto. Es como si alguien los estuviera matando o liquidando uno por uno.

¿Considera que la literatura y la fotografía dan rostro a tanto ser acallado por el conflicto interno colombiano?

En la historia de la fotografía en Colombia hay fotos que pueden sintetizar de manera metafórica toda una época, pienso en la foto de la mujer que va con un vestido a casarse a la iglesia de San Carlos en el oriente antioqueño, después de la bomba que destruyó ese lugar. Es una imagen que tomó Jesús Abad Colorado y ahí hay una metáfora de este país, una metáfora del conflicto. Creo que esta novela quería metaforizar episodios que habían ocurrido tantas veces, en tantos lugares, que podrían convertirse en una metonimia de lo que pasó en todos. En realidad es difícil decirlo porque uno no sabe si la novela se convertirá en la memoria de alguien más. Pero, ojalá. Qué más quisiera yo que se convirtiera en una metáfora de la barbarie de un país con tantas contradicciones como éste.

Esta historia también es la de los oficios más humildes: soldador, tornero, albañil, estibador, verdulero, buhonero
¿Por qué de los oficios inútiles?

Correspondía al contexto de la época, años 70, oficios que se agruparon en la Anuc la figura que creó el gobierno de Lleras para reunir a la gente que iba a recibir la reforma agraria, entre comillas pues, nunca se hizo y por eso esa gente se tomó los territorios.

Eran asociaciones de sindicatos de oficios varios que agrupaban a los desposeídos que habían llegado a las goteras de las ciudades, que no tenían nada, los “Siervos sin tierra”. Como ellos iban a ser los protagonistas de la toma, me pareció que utilizar ese nombre retórico y parodiarlo un poco le iba a dar una contundencia irónica al libro.

Se percibe la intención de denunciar cómo se ha satanizado la protesta en el país, ¿hay algo de ello?

Desde el nacimiento del movimiento obrero la protesta social ha sido aplastada por el poder, siempre se ha negado. La aplastó Miguel Abadía, la aplastaron en la masacre de las bananeras, la liquidó Alberto Lleras cuando le quitó la personería jurídica a los sindicatos obreros. Todos los conatos de acción social que se han hecho a través de la protesta y de la huelga han sido aplastados. De ahí viene la idea de que el aplastamiento del movimiento obrero es un arquetipo de esta sociedad, porque ha sido imposible defender las necesidades sociales más básicas a través de la protesta.

En los diálogos entre el fotógrafo y el reportero se deducen sus autores amados. ¿Qué le atrae de Albert Camus?

Las tertulias que hacen estos dos personajes se parecen un poco a las tertulias que hacía con unos amigos en San Vicente. Albert Camus es un autor emblemático, una literatura muy personal donde descuella la postura ética, la visión del intelectual sobre su sociedad, una actitud intransigente con los poderes estatuidos que privilegia el lenguaje como una forma de ejercer la acción sobre la vida cotidiana. Camus sigue siendo mi modelo de lo que debe ser un escritor.

¿A qué otros autores vuelve o volvería?

Günter Grass es un autor al que vuelvo. Hay una novela que me encanta y es “La montaña del alma” de Gao Xingjian y, “Vida y destino” de Vassili Grossman. El tutor de todo es William Faulkner. Esos son mis dioses tutelares.

En el corazón de la novela late el conflicto social y este no es otro que la tenencia de tierras.
Siguiendo sus palabras, ¿somos un continente de Siervos sin tierra?

Si en algo nos parecemos en Latinoamérica es en las desigualdades sociales y en los modelos políticos neoliberales que hoy están emergiendo después de esos episodios de las nuevas izquierdas que tuvieron el poder por momentos en países como Venezuela, Ecuador y, Argentina. En Colombia, ahora que se habla de paz y se ignoran ciertos conflictos sociales, se negocia eludiendo los conflictos que alimentan la violencia y oímos observaciones optimistas de parte de los que ven este proceso como la verdadera salida, y la Premio Nobel Svetlana Alexievich viene acá a decirnos que la paz se logra solo con amor, ¡no!, la paz se logra con equidad social y con un estado de bienestar para todos, con igualdad, con la repartición de la riqueza pero, si eso no está no va a haber paz. De todas maneras, la literatura va a tener que seguir haciéndose haya paz o no haya paz.