Rebelión de los oficios inútiles, Premio Clarín de Novela


Por ALEJANDRA RODRÍGUEZ BALLESTER / El Clarín / Buenos Aires

Fechada en un momento clave de la historia de Colombia, cuando el fraude electoral enciende la mecha de la violencia política, Rebelión de los oficios inútiles, la ganadora del XVII Premio Clarín de Novela, narra en tono épico una toma de tierras encabezada por una mujer de 72 años y protagonizada por los trabajadores variopintos de un sindicato de oficios menores, es decir, el escalón más bajo de la pirámide social. Pero también cuenta el viaje errático de un hijo de millonarios detrás de una mujer que no lo ama, y su sueño imposible de construir un barrio exclusivo en la cima de una montaña. Narra, de manera coral, siguiendo los derroteros de distintos personajes, la fundación de un diario y su ocaso; los atropellos de los encumbrados y sus malas artes, los abusos y violaciones a los derechos humanos, la opción por la lucha armada de quienes ya no tienen nada que perder.

Todavía aturdido por la noticia y los festejos del premio, Daniel Ferreira confiesa que fue "un shock" para él. "Nunca esperé que hubiera tanto público, era como si le estuviera pasando a otro", confiesa. Sin embargo, no es el primer premio que obtiene este colombiano de 33 años: dos de sus novelas anteriores ganaron concursos en México y en Cuba.

-La novela ganadora  forma parte de un proyecto mayor, una “Pentalogía de Colombia”.

-Sí, mi proyecto son cinco novelas que he imaginado como una cadena de voces que atraviesan el siglo XX de Colombia y que retoman episodios de violencia extrema en los que, creo, está el origen de la sociedad actual, una sociedad desesperanzada, que está tratando de buscar horizontes, de repararse, pero cuyas heridas siguen abiertas.

-Hay una fecha precisa en torno a la que se organiza la historia: el 19 de abril de 1970.

-Es un punto de giro en Colombia, la caída del Frente Nacional, un reparto del poder entre dos partidos hegemónicos, la guerra fratricida del bipartidismo. En ese momento sube un presidente nefasto, Misael Pastrana, y ese hecho desencadena la aparición de una guerrilla tristemente célebre, el M-19. Esa década acabó muy mal, con doce grupos guerrilleros tratando de tomar el poder. En las décadas siguientes empezaron a jugar factores nuevos, como el narcotráfico y el paramilitarismo. En la novela, la narración está a cargo de un periodista que decide tomar una decisión muy de la época: alzarse en armas, porque ya las palabras no eran suficientes.

- La toma de tierras que es el centro del relato ¿es un hecho real ficcionalizado?

- Tomo un episodio casi olvidado de la región donde nací, una toma de tierras a fines de 1969, que quedó inserta en la memoria de la comunidad como algo épico. Pero lo que amplía ese horizonte son hechos que estaban ocurriendo a nivel nacional, políticas de represión del Frente nacional, la resistencia de la organización campesina, estrategias que abrieron abismos de clases.

- Los protagonistas anónimos de la toma son trabajadores de "oficios inútiles".

- Sí, el título de la novela, está relacionado con que son esos oficios que infravaloramos como pegar los ladrillos, barrer las calles, vender alimentos. Oficios muy representativos de una sociedad como la colombiana cuyo progreso se ha postergado tanto.

- Es muy fuerte el personaje de Anita Larrota, la líder de la invasión.

- Es un personaje tomado de una Anita Larrota real. Mi mamá empezó a contarme parte de la historia, mi abuelo otra parte; me la describían como una señora ancianita con trenzas blancas, que se metió en esto, enfrentándose a piedras con todo el mundo.

- ¿Por qué decidiste abordar este tema?

- Me interesa la violencia por lo que provoca en las sociedades,  en la gente que perpetra los crímenes, la gente que los sufre y la gente que tiene que reconstruirse a partir de eso. Cuando escriba la última pieza, quiero borrar este tema de mi vida. Es un tema que estoy exorcizando con esto, una forma de curarme de mi propia infancia, de lo que yo viví.

- ¿Qué fue lo que pasó en tu infancia?

- Vivíamos en un pueblo cercado, con toque de queda todos los días, con atentados. Cuando tenía 6 años salí a la puerta de mi casa y ví morir a unos policías, los ví agonizando y ví los perpetradores que me saludaban. Y me empecé a preguntar por qué, por qué se morían las personas, por qué se tenían que esconder, por qué se tenían que ir. Cuando salí de mi pueblo, fue un descubrimiento ver que a todos nos había pasado. Yo no he podido eludir esos temas, y no por ninguna idea de compromiso sartreano. Los hechos se han impuesto. Hemos vivido una época muy fecunda para odiarnos y para matarnos y despedazarnos, y yo escribo sobre ella.

"Cinco novelas para narrar un siglo", Premio Clarín de Novela 2014

El Premio Clarín Novela 2014, lo obtuvo el colombiano Daniel Ferreira con “Rebelión de los oficios inútiles”, una obra intensa, terrible y conmovedora que bucea en los orígenes de la violencia en su país. 

POR JORGELINA NUÑEZ

Dar cuenta de la violencia arraigada en la sociedad de su país le demandará la escritura de una serie de cinco novelas ­–la “Pentalogía de Colombia”–, de las cuales la tercera, Rebelión de los oficios inútiles , ha ganado la decimoséptima edición del Premio Clarín Novela y la admiración del jurado de honor.

Es que este muchacho de 33 años, oriundo de San Vicente de Chucurí (departamento de Santander), una población ubicada a unos 500 km de Bogotá, ha elaborado una obra de una calidad estilística notable y multitud de matices, que además forma parte de un proyecto de largo aliento. Algo inusual en esta época de literatura exprés.

–¿Cómo surgió la idea de la Pentalogía?

–A comienzos del año 2000, yo estaba escribiendo una novela que pensaba como un fresco donde convivirían distintos momentos de la historia no oficial de Colombia en el siglo XX. Aspiraba a la novela total pero advertí que ya no somos lectores totales, sino fragmentarios, de corta distancia. De pronto, entendí que debía separar las historias, y contar episodios correspondientes a distintas décadas.

–Y la violencia sería el hilo conductor…

–Los “violentólogos”, que son los estudiosos de la violencia en Colombia, encuentran que el origen de la escalada de los años 80 y 90, ya con la intervención de los narcotraficantes, puede rastrearse en los conflictos de tierras de la década del 70 y la represión de los movimientos insurgentes cuyos reclamos nunca fueron escuchados. Estos a su vez están anclados en el nacimiento de las guerrillas marxistas de los años 60 que surgieron entre gente que se refugiaba en el campo porque era perseguida por la guerra del bipartidismo de los años 40 y 50, y también se puede retrotraer a la guerra de los mil días con la que empieza el siglo XX. Ninguno de estos conflictos encontró un camino de diálogo o negociación, jamás se solucionaron y la impunidad con la que se los ocultó enconó los odios. Pero mis novelas no están organizadas cronológicamente ni los personajes van a aparecer de una en otra. No hay una continuidad de personajes ni de historias, son piezas individuales.

–¿Alguien lo aconsejó en esa decisión?

–Pues sí, lo hizo mi agente literario y editor que es el I Ching. Soy un ateo supersticioso. Y ese libro orientó muchas de mis decisiones. Lo consulté para resolver los desenlaces de mis libros, para presentarme a este concurso y para venir a la Argentina. Gracias a él interpreté que debía separar y discernir las historias para poder contarlas.


Otra manera de entender

Rebelión de los oficios inútiles entrelaza las vidas de tres personajes: Simón Alemán, un rico heredero que a fines de los años 60 hace dinamitar la cumbre de un cerro para construir allí un condominio de lujo, donde son empleados muchos trabajadores de oficios menores; Anita Larrota, una mujer de 72 años que encabeza la toma de esos terrenos cuando Alemán, ya alcohólico, quiebra y suspende la paga; y el periodista Joaquín Borja, que documenta en su pequeño periódico la represión de la revuelta, se hace amigo de Alemán y luego decide tomar las armas. Todo esto en el contexto de las fraudulentas elecciones presidenciales de abril de 1970. Se trata de una trama compleja y profunda, en la que conmueve la riqueza individual de los personajes y la intensidad de sus historias.

–¿De dónde tomó la anécdota?

Era una historia que circulaba en mi pueblo, que referían mi familia y mis amigos. Aquellos personajes eran los héroes de mi infancia. Los recompuse a partir de testimonios, de notas en pequeños periódicos de la época: lo que se conoció en los años 70 como el periodismo revolucionario, que buscaba señalar los problemas que sufría la sociedad para movilizarla y combatirlos. Con esos indicios construí una suerte de memorial. También fui siguiendo las pistas que explicaban por qué el periodista se radicalizó. Me preguntaba: ¿Hasta dónde podemos mantenernos ajenos a lo que nuestra ética nos dice que está mal? ¿Acaso es posible aceptar que el gobierno utilice sus fuerzas de seguridad para reprimir, torturar y asesinar al pueblo que dice representar? En eso consistió la estrategia contrainsurgente colombiana y fue lo que permitió que hacia los 80 apareciera el paramilitarismo.

–¿De qué tratan las dos novelas anteriores?

Viaje al interior de una gota de sangre es el texto embrionario y la base de todo, aunque se publicó después de La balada de los bandoleros baladíes . Está ubicada en los años 80 y narra una “incursión de objetivo múltiple”, el eufemismo que en Colombia se utiliza para referir una matanza. Una banda armada llega a un pueblo durante una festividad popular y, lista en mano, comienza a asesinar. Algo habitual en los enfrentamientos entre las fuerzas paramilitares y las guerrilleras de aquella época. Es un poco la historia del pueblo donde yo nací. La novela funciona como una bomba atómica: tiene un núcleo que se expande en cinco líneas dramáticas. Yo digo que es una crónica metafísica, en el sentido de que hay cosas que la crónica periodística no puede contar. Como dice Ricardo Piglia, la literatura es antagónica del periodismo porque mientras éste contrae y sintetiza los hechos, la literatura los expande. Y esa expansión quizá nos permita entrever algo sobre los odios de una sociedad.

–¿Y La balada de los bandoleros baladíes?

–Ese es un libro difícil, incluso para mí, porque aborda la violencia de los 90 desde el lugar de los perpetradores.

–¿Cómo construyó ese mundo?

–Oyendo muchos relatos que constan en los acervos judiciales pertenecientes a la Comisión de Verdad, Justicia y Reparación de la situación de los derechos humanos en Colombia. Ellos recogen los testimonios de asesinos ahora encarcelados, que explican los métodos de la barbarie con una naturalidad feroz. Presté mucha atención al tono de esos relatos. Por ejemplo, al narrar una masacre casi siempre eludían el momento de la ejecución, como si la mente se les fuera hacia otro lugar. No podían enfrentar de manera consciente el sufrimiento de los demás. Eso me solucionaba la cuestión narrativa porque me sentía incapaz de describir quirúrgicamente un asesinato.

–¿Qué lo intrigaba de esos testimonios?

–Cómo puede seguir viviendo alguien que ha descuartizado una persona, que ha estado en contacto con su sangre, que sabe de su olor. Supe de la obsesión de un sicario que decía que su cuerpo olía a flores podridas y por eso lo perseguían unas aves. Esas confesiones tan personales eran las que me interesaban. No los asesinatos en sí, sino los efectos que producían a posteriori en los involucrados.

–¿Obtuvo el testimonio directo de algún sicario?

–Nunca. No tengo las tripas para sentarme delante de alguien así y escucharlo. Lo que ocurrió en los 90 en Colombia me dejó destruido y desmoralizado, por eso me urge terminar la Pentalogía. Quiero eliminar definitivamente de mi vida la cuestión de la violencia para poder escribir sobre otros temas. Un sociólogo se pregunta qué descompone a la sociedad; un periodista le pregunta a un asesino por qué mata. Pero un escritor no puede hacer una cosa ni la otra. Lo que le queda es recurrir a una construcción dramática. En lugar de la explicación, tiene la representación, que es otra manera de entender lo sucedido.

La balada de los bandoleros baladíes obtuvo el Premio Latinoamericano de novela Sergio Galindo 2010. En la ceremonia de entrega estuvieron presentes algunos de los más altos representantes de la literatura latinoamericana actual como Sergio Pitol, Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez. La novela se publicó en México y Ferreira prefiere que por el momento no se la conozca en Colombia.

–¿Por qué?

–No hay que olvidar que fuimos los colombianos los que nos labramos nuestra propia desgracia. La novela toca muchas fibras sensibles, heridas dolorosas y ahora estamos en un momento de sanación. No sería apropiado.

–¿Qué opinión le merece la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa?

–Es muy penoso para mí, más allá de que el proceso histórico mexicano no se compara con el colombiano y no está bien equipararlos. El origen del conflicto armado en Colombia no es el narcotráfico, sino las prácticas que convirtieron la desaparición forzada de personas en una política de Estado, motivadas por sectores económicos que han defendido sus intereses con ejércitos sin ley. En México, el fenómeno es otro. Esta masacre nos afecta a todos porque nos muestra la capacidad infinita de producir dolor y la indolencia que nos domina para no reaccionar como corresponde. La barbarie es tan cotidiana que ya poco nos conmueve.


El salto al vacío

–¿Cómo decidió ser escritor?

–Empecé a escribir muy joven, unos diarios quinceañeros llenos de amor. Cuando conseguí mi primera ficción a los 16, supe que era mi camino. Escribir es, básicamente, tomar la decisión. Una poeta colombiana, Patricia Ariza, dice que el arte es arrojarse al vacío e ir construyendo las alas a medida que uno cae. Y eso hice. Los comienzos fueron duros. Estaba estudiando Lingüística en la Universidad Nacional, pero se me volvió una trampa. Al poco tiempo gané un premio de cuento y el dinero lo invertí en seguir escribiendo. Ese premio trajo otros, y así conseguí recursos para ya no depender de los seres queridos.

–¿Cómo aprendió a escribir?

–Leyendo. Leo ocho o diez libros al mismo tiempo, y me voy quedando con lo que más me interesa. Tomás Eloy Martínez fue uno de mis maestros. La lectura de Santa Evita me ayudó a pensar cómo incorporar material heterogéneo a la realidad que estoy narrando, incluyendo la crítica a la realidad y al material de archivo. También me enseñó cómo trabajar con la figura del testigo.

–¿Algunos otros autores?

–Nellie Campobello, autora de Cartucho , pequeñas piezas sobre la revolución mexicana que ella vivió de niña, me solucionó aspectos técnicos sobre cómo narrar mi propia memoria. Otra escritora fundamental es Agota Kristof. Con su trilogía Claus y Lucas entendí cómo contar las múltiples violencias no desde el dolor.

–¿De qué manera?

–Yo tenía por delante el imperativo de narrar un siglo demencial como lo fue el siglo XX en Colombia y una sociedad que se resquebraja, se asesina, se despedaza, sin olvidarme de que todo esto lo hemos hecho nosotros. No podemos reflexionar sobre lo que nos pasó porque para eso se necesita distancia. Con mi ficción intento entenderlo desde un lugar que no es el del dolor epidérmico ni el de la denuncia. Es algo más íntimo que tiene que ver con los sentimientos, las contradicciones y las neurosis de los personajes .

Literatura y nación


–¿Qué peso tiene en la literatura colombiana actual Gabriel García Márquez?

–Es, sin dudas, una figura emblemática. Sin embargo hay toda una generación que pensamos que el realismo mágico ya no es un camino. Con él se cierra una manera de escribir. Queda el agradecimiento por habernos dado un libro portentoso como Cien años de soledad . Y una enseñanza: una novela es un léxico y el escritor tiene el compromiso de desarrollar una observación aguda, profunda, festiva sobre el uso del idioma. El cumplió como nadie con ese compromiso. Por otro lado, su figura pública me despierta una advertencia: un escritor no debe subir a estrados con presidentes.

–¿Y la de Fernando Vallejo?

–Vallejo tiene dos libros fundamentales: El desbarrancadero y la biografía de José Asunción Silva. Fue un escritor importante en su momento, que se atrevió a hablar de una manera frontal y nueva. Pero yo no admito su misoginia, ni la recriminación de que los pobres son pobres porque se reproducen y no les gusta trabajar, ni que la solución sea borrarlos, porque ésa es una de las causas del dolor y la ira en mi país. Sus declaraciones públicas acerca de su odio a la mujer son nefastas.

–¿Y cuál es su propia ubicación dentro de la literatura de su país?

–A García Márquez le tocó narrar los mitos fundacionales, el origen de las sociedades, la unión, el mestizaje. A nosotros nos tocó dar cuenta de otro mundo: la proliferación de las urbes, los éxodos, los destierros, los campos arrasados del siglo XX. Yo pertenezco a la tradición de la novela de la violencia a la que trato de darle una interpretación y un tratamiento estilístico distinto del de las décadas anteriores.

Daniel Ferreira: Premio Clarin de Novela 2014



Por Francisco Peregil / El Pais


El escritor colombiano de 33 años Daniel Ferreira ganó este lunes el premio Clarín de novela, dotado con 150.000 pesos (11.538 dólares en el mercado paralelo) con su obra Rebelión de los oficios inútiles, que versa sobre una represión violenta que se produce entre 1969 y 1970 en un pequeño pueblo de Colombia. La novela será publicada en el sello Clarín-Alfaguara, editorial que ha pasado este año a formar parte del grupo Penguin Random House.

Ferreira vive en Bogotá desde hace 13 años, pero se crio en un pueblo pequeño como el que dibuja en una novela atravesada por la violencia que sufrió su país en 1970. La escritora argentina Sylvia Iparraguirre, que integra el jurado del premio junto a la novelista Claudia Piñeiro –ganadora del Premio Clarín en 2005– y al periodista de EL PAÍS Juan Cruz, indicó sobre la obra: “Estamos frente a un texto que dispuso de todos los recursos: es una gran novela latinoamericana, polifónica, que se dispara a partir de unas elecciones fraudulentas en abril de 1970 en Colombia y que logra una prosa que yo hace mucho tiempo no leía”.

He aquí un fragmento de la novela:

Esta historia comienza el día que fundé un periódico y continúa el día en que grabo este mensaje de viva voz en la bocina de un magnetófono, porque ya no escribiré más, porque debajo de los escombros de mi casa destruida encontré el cuerpo de mi hermana Luisa, fundé ese periódico para acompañar a un pueblo, para narrar sus luchas y necesidades, para contar sus historias domésticas, pero un pueblo que no se paraliza ante la atrocidad cotidiana, que permanece impertérrito ante la desaparición y la muerte, que animaliza al enemigo para darle muerte como a bestia sin alma, un país que responde unánime a los mercaderes de la moral, a la puesta en escena de los gobernantes y sus bufones, un país rodeado de muerte que se regodea con imágenes de millares de seres caídos y pide enseguida la pena de muerte para pagar crimen con crimen, para apaciguar su sed de sangre y morbo, un país que masacra de uno en uno [...]

La novela continúa con ese ritmo a lo largo de varias páginas. Rebelión de los oficios inútiles será publicada en diciembre y forma parte de una pentalogía aún sin publicar sobre la violencia en Colombia a lo largo del siglo XX. Ferreira, en conversación con este diario, comentó que entre sus autores favoritos se encuentran la escritora húngara Agota Kristof, la mexicana Nelly Campobello, autora de Cartucho, y el escritor brasileño Dalton Trevisan, "gran cuentista", autor de Cementerio de elefantes y El vampiro de Curitiba.

Cuando Daniel Ferreira supo que era ganador y subió al estrado, en un salón del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, leyó un pequeño texto en el que defendía la tesis de que el materialismo condicionaba la espiritualidad del hombre: “Si no soy dueño de mi tiempo, si no tengo refugio, ni puedo conseguir alimento, ni puedo decidir mi trabajo, entonces tampoco puedo decidir mis pensamientos. Rebelión de los oficios inútiles narra una insurrección que no busca cambiar el Gobierno sino que se trata de una rebelión doméstica, de una que intenta cambiar la vida de los que se han rebelado”.

En el acto de entrega del premio concentró a decenas de escritores, periodistas y políticos. Y, como viene sucediendo en los últimos años, no había nadie del Gobierno de Cristina Fernández. El director del diario Clarín señaló: “En un país donde se acosa al periodismo independiente, la palabra escrita nos resulta indispensable para mantener el norte”.